domingo, 5 de septiembre de 2010

Distinción divina a José Saramago


Esta breve entrada quiero que sea un pequeño homenaje personal a José Saramago, un escritor que en vida recibió el Premio Nobel de Literatura, pero no fue hasta su muerte que recibió el reconocimiento a un trabajo excepcional, el mayor galardón que una persona que ha dedicado su vida al conocimiento puede recibir, estoy hablando de la excomunión de la Iglesia Católica.
Ya hace años que compré varios libros de Saramago en un 3x2 de Carrefour, pero tengo que reconocer que los tenía un poco olvidados, repartidos entre la estantería de “Libros para cuando me jubile” y la estantería de “Libros para cuando me toque la lotería” sin haber tenido el tiempo suficiente para leerlos y, lo que es más grave, sin que suceda ninguna de las dos cosas.
Después de su muerte, leí en la prensa la noticia de la excomunión, así que dí prioridad absoluta a esta recomendación literaria de la Santa Sede y recuperé de una de las dos estanterías “El Evangelio según Jesucristo” (que trata sobre la vida de Jesucristo) y empecé a leerlo. Me pareció un libro excepcional escrito por una persona que se cuestiona todo lo que la Iglesia no quiere que nadie se cuestione porque son dogmas de fe, es decir, son cosas que te las tienes que tragar y aceptar sí o sí. La fe es un proceso consistente en no pensar, así que cuando una persona como Saramago piensa demasiado, se dice que ha perdido la fe, es una oveja descarriada, ya no es un borrego, y es por todo ello excomulgado, con todo merecimiento, hay que decirlo, ya que es un libro merecedor de eso y de más.
Pero no contento con ello, de perdidos al río, me compré otro libro de este depravado portugués, “Caín”. Pensé, si a Adán y Eva les condenaron por comerse una manzana y aún estamos pagando los platos rotos de ese pecado original tan atroz todos los humanos muchos milenios después, qué más da que yo me lea un libro o dos, ya la he cagado, soy culpable, porque además me gustan las manzanas, incluso me las como sin pelar. Así que tendré que buscarme un buen abogado para el día del Juicio Final porque lo tengo claro, como diría David Bravo, necesitaré un abogado de los buenos, de los que tienen tarjeta de visita con su nombre, si no quiero sentirme como un pollo al ast por toda la eternidad . Bien, pues en este segundo libro Saramago va más allá y se cuestiona la veracidad de las mentiras de la Biblia con bastante ironía. Está considerado como la segunda parte del anterior, aunque sea anterior cronológicamente desde un punto de vista religioso, ya que narra las fábulas de la Biblia a través de Caín. Es por ello que también recomiendo a todos los pecadores que pasen por este blog su lectura.
Para que os hagáis una idea de lo diabólico que puede llegar a ser Saramago os dejo con un artículo que escribió este escritor luso, que no iluso, poco después de los atentados del 11-S de Nueva York. Por si os quedaba alguna duda de que Saramago sea merecedor de dicho divino galardón, este artículo la despejará, sin duda. Después de leerlo estaréis todos de acuerdo que una persona que escribe algo así debe de estar poseída por el diablo y será condenado al Infierno.

El 'factor Dios'
JOSÉ SARAMAGO 18/09/2001

En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes. En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero. En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras. Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos.
Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares. Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda.
El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez 'aquí estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado. Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda- de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura.
Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir. Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel.
Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.
Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.
Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del `factor Dios´. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.

Evidentemente no conocí personalmente a José Saramago pero estoy seguro de que desde allá donde esté habrá celebrado este galardón otorgado por la Santa Sede mucho más que el Nobel de Literatura. La Iglesia le ha otorgado esta distinción como se tiene que hacer, a título póstumo, por la espalda y con el cadáver aún caliente, como dictan los cánones de la caridad cristiana, para que el galardonado no tenga opción de réplica, que para eso tiempo habrá en otras vidas mejores.
Siguiendo con las referencias musicales de Bunbury cierro esta entrada con una canción poco conocida de Héroes del Silencio titulada “Babel”, que hace referencia a uno de los lugares que visita el Caín de Saramago y que, casualidades de la vida, también fue publicada como parte de un recopilatorio póstumo de este grupo musical en un disco de Rarezas y que nos sirve ahora de banda sonora para este homenaje.

10 comentarios:

  1. Hola amigo, genial tu entrada. Yo me compré Caín días antes de morir Saramago. Me impactó el libro y su muerte me hizo reflexionar aun más sobre su obra. Además, lo más triste de todo en lo que se refiere a creencias, es que me queda claro que Saramago no rechaza a Dios, en niguna parcela de su obra, al menos de la que yo conozco, se percibe el ateísmo. Simplemente cuestiona una forma particular de divinidad, con su carga de incoherencias y castigos absurdos. Yo leo a Saramago y veo más bien a alguien que cree en algo inmenso. Los ultras que han querido demonizarle que se compren un yo-yo. O mejor aun, un libro bueno, de Saramago por ejemplo...

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  2. Yo creo que lo que está claro es que Saramago rechaza la utilización del concepto dios como justificación de la violencia y del sometimiento de las personas a la creencia de cosas irracionales. A mí personalmente me da igual que la gente crea en dios, en el ratoncito pérez o en los pitufos, mientras no maten o castiguen a los que no creemos.
    Leí una vez que una persona dudaba de que el Papa, ése que está de gira por el Reino Unido, creyera realmente en dios, ya que ningún mago cree en sus propios trucos de magia.
    Gracias por tu comentario y SalU2

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  3. A eso me refería, a que Saramago solamente plantaba cara a un modelo de Dios nocivo. Y los otros no han sabido más que entenderlo como un ataque a sus valores. No es ningún descubrimiento genial, ya sé que llevan tiempo mostrando su estrechez de miras (entre otras cosas aun peores). Saludos.

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  4. Hola amigo. Gracias por tu presentación de Saramago. Gracias también por tu recomendación; confieso que vengo leyendo a Saramago desde hace mucho, pero no hice hincapié en Caín. Sin embargo, vengo a distar en algunos puntos respecto a tu apreción sobre él. Ya te comentó en el otro post el amigo Juan, la idea de Dios que presenta Saramago, y concuerdo con él, con Juan, en cuanto al cuestionamiento que Saramago hace de la imagen que se tiene de dios, esto que él llama "el factor Dios", y que no cuestiona, cosa sensata, a dios mismo. Pero no concuerdo mas bien con otros dos aspectos de tu presentación: tu cuestionamiento sobre la fe y el hecho de reducir el pensamiento de Saramago a un mero ateismo nihilista.
    En cuanto lo primero, la fe, que, si bien el término parece tener la religión su uso exclusivo, no es un instrumento meramente irracional; fe y razón son expresiones propiamente humanas y por tanto complementarias. El problema de la fe no radica en ella misma sino en el uso y concepto en que los humanos la tengamos, y por eso cuestionamos aquello que llamamos "fe ciega", esa que no busca razones, como en el caso de los fundamentalistas cristianos, judíos o musulmanes, por nombrar solo a las relgiones del libro. Lo contrario impide aquello que tú decías, el hecho de tenernos que tragar y aceptar las cosas sí o sí. La fe, insisto, no creo sea de uso exclusivo de la religiosidad, pero ello radica en cada uno.
    En cuanto a Saramago, si bien es un crítico de esa religiosidad absurda y desmedida y es un autor que profesa un ateismo personal -como el que muchos experimentamos- Saramgo, decía, no pretende ser un batallador y lanza del ateísmo. El ateismo es una expresión personal que cada quien cultiva en su ser. Saramago responde al mundo que ha vivido desde sus experiencias, desde su lucha contra esa irracional manera de hacer religión y entender a Dios y a ese "factor dios" del que él mismo hace marcada diferencia. Pero La obra de Saramago no es de por sí un monumento al ateísmo, es más bien una búsqueda acerca del hombre como instrumento, como ser evidente sobre un mundo evidente, complejo y oscuro a la vez, es una obra que busca darle sentido al papel del hombre como autor de su propio destino, dueño y responsable de sus decisiones, de su vida, vida que pude ser inspirada desde la religiosidad, como en el caso de Jesús en El Evangelio...o desde la aceptación de una realidad que nos sobrepasa, como la esposa del médico en los dos ensayos. Por último, la búsqueda de Saramago, considero yo, es una en la que también se resalta la tolerancia como resultado de una literatura crítica que, en vez de provocar una respuesta inteligente y dialogal, Saramago tampoco era ingenuo, terminó en una condena que ningún valor puede tener para quienes no prefesamos dicha creencia. Si dudas de ello, lee atentamente cuando dice que no busca impulsar a sus filas ateas a aquellos lectores creyentes de este artículo que has publicado. Saber convivir, creo, diría Saramago, es el objetivo de nuestra actual existencia.

    Saludos amigo, y gracias otra vez por dedicarle un tiempo a este excelente ensayista y novelista.

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  5. (1) Hola amigo. Gracias por tu presentación de Saramago. Gracias también por tu recomendación; confieso que vengo leyendo a Saramago desde hace mucho, pero no hice hincapié en Caín. Sin embargo, vengo a distar en algunos puntos respecto a tu apreción sobre él. Ya te comentó en el otro post el amigo Juan, la idea de Dios que presenta Saramgo, y concuerdo con él, con Juan, en cuanto al cuestionamiento que Saramago hace de la imagen de dios que se tiene, esto que él llama "el factor Dios", y no cuestiona, cosa sensata, a dios mismo. Pero yo sí no concuerdo con otros dos aspectos de presentación: tu cuestionamiento sobre la fe y el hecho de reducir el pensamiento de Saramago a un mero ateismo nihilista.

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  6. (2)En cuanto lo primero, la fe, que, si bien el término parece tener la religión su uso exclusivo, no es un instrumento meramente irracional; fe y razón son expresiones propiamente humanas y por tanto complementarias. El problema de la fe no radica en ella misma sino en el uso y concepto en que los humanos la tengamos, y por eso cuestionamos aquello que llamamos "fe ciega", esa que no busca razones, como en el caso de los fundamentalistas cristianos, judíos o musulmanes, por nombrar solo a las relgiones del libro. Lo contrario impide aquello que tú decías en tu presentación, el hecho de tenernos que tragar y aceptar las cosas sí o sí. Pero inssito con algo, no considero que la fe sea de uso exclusivo de la religiosidad, pero ello radca en cada uno.

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  8. (3)Respecto a Saramago, si bien es un crítico de esa religiosidad absurda y desmedida y que profesa un ateismo personal, como el que muchos experimentamos, Saramgo, decía, no pretende ser un batallador y lanza del ateísmo. El ateismo es una expresión personal que cada quien cultiva en su ser. Saramago responde al mundo que ha vivido desde sus experiencias, desde su lucha contra esa irracional manera de hacer religión y entender a Dios y a ese "factor dios" del que él mismo hace marcada diferencia. Pero La obra de Saramago no es de por sí un monumento al ateísmo, es más bien una búsqueda acerca del hombre como instrumento, como ser evidente sobre un mundo evidente, complejo y oscuro a la vez, es una obra que busca darle sentido al papel del hombre como autor de su propio destino, dueño y responsable de sus decisiones, de su vida, vida que pude ser inspirada desde la religiosidad, como en el caso de Jesús en El Evangelio...o desde la aceptación de una realidad que nos sobrepasa, como la esposa del médico en los dos ensayos.

    GRacias amigo por dedicarle un tiempo a este gran Ensayista y novelista. Espero podamos seguir charlando.
    Saludos

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  9. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  10. Muchas gracias por tus comentarios en el blog ferh y por leerlo. Desgraciadamente aún no he leído tanto de Saramago como tú, pero espero hacerlo en cuanto tenga algo más de tiempo. Siento discrepar en lo del tema de la fe, ya que creo que ésta siempre es por naturaleza ciega, si no fuera así, no sería fe, sino conocimiento.
    Creo que la ciencia se mueve en el campo del conocimiento, a veces equivocado (los científicos no están cerrados a otras teorías que puedan demostrar su error, eso mismo no sucede con la fe, que precisamente se caracteriza por la cerrazón de quines la profesan).
    Según mi opinión, la fe se mueve en el terreno de lo desconocido y se nutre precisamente del miedo del ser humano a ese desconocimiento de lo que le rodea. Por eso, cada vez que la sociedad avanza, con nuevos descubrimientos científicos que clarifican esa oscuridad la fe retrocede un paso. En ese sentido sí que serían complementarías, ya que al avanzar uno retrocede la otra, pero no creo que la fe sea necesaria para el ser humano. Mientras exista el miedo a lo desconocido existirá la fe de algunas personas, pero tenemos que intentar no ser conformistas con la fe, ya que ésta sólo representa el estancamiento de la sociedad, el conformarse con no pensar ni buscar explicaciones.

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